La democracia clásica se ha venido desacelerando en Occidente. El ciudadano de cualquier país del mundo, tiene claro que se vive un momento de tensión muy hondo entre la democracia y los derechos humanos y entre el progreso y la eficiencia.

La democracia se ha resentido en el mundo occidental en general y en Latinoamérica en particular. Esa baja calidad democrática se hace notable si advertimos como ha disminuido la confianza de los ciudadanos en las instituciones y en la respuesta o soluciones que estás deben dar a sus padecimientos, sus conflictos y sus anhelos y esperanzas de poder lograr una vida mayor.

Pero ¿Por qué ha ocurrido esto? Sin entrar en explicaciones demasiado extensas, podría decir según mi mirada, que esto se debe a que los líderes occidentales y sus gobiernos no han podido extender las conquistas sociales a los ciudadanos y dar respuesta a las nuevas demandas del hombre postmoderno.

Se gobierna el siglo XXI, con liderazgos paternalistas del siglo XX e ideas del siglo XIX a veces, dado que el siglo XIX representa el siglo de las ideas nihilistas y nacionalistas en extremo. Los cambios acelerados, los desafíos con incertidumbres y las transformaciones no han sido acompañados por liderazgos que acentúen la democracia, los derechos humanos y la guía del nuevo hombre en los nuevos tiempos.

Por el contrario, se ha intentado mantener entretenido al ciudadano, situándolo en el lugar de espectador, procurando que trabaje y se ocupe de sus asuntos privados y desmontando toda posibilidad de que participe de los asuntos públicos y de la política. Los líderes occidentales sólo se han ocupado en este tiempo a que la gente acepte la dura realidad que han generado, envueltos en pragmatismos para asegurar su poder, dejando de ser servidor de servidores.

Occidente ve como la indiferencia como sus líderes gastan energía y recursos en el mantenimiento de su estadía en el poder y se alejan de actuar como guías democráticos. La brecha con los representados se ha profundizado. En Latinoamérica todo se dramatiza.

Vemos como Rafael Correa en Ecuador torció la Constitución para perpetuarse y Evo Morales en Bolivia reforma también la Constitución y convierte a la democracia de Bolivia en plebiscitaria. En Brasil Dilma Russeff y Lula Da Silva idearon un esquema copiado de los Kirchner en mi país para reelegirse entre ellos, no habiendo podido lograr que la Constitución se amoldara más a sus antojos y deseos por falta de tiempos políticos propicios para dar estos zarpazos.

En Venezuela Nicolás Maduro, se burla de la Constitución y sus leyes y hasta encarcela a quienes le incomodan y lo denuncian. Juan Manuel Santos en Colombia, torció lo que ya había torcido el mismo antes en la Constitución, para que las FARC no se sometan a la justicia.

Es muy bueno no hacer de la justicia venganza porque uno se convierte así en víctima, juez, fiscal y verdugo, todo a la vez. Pero la paz requiere, para imponerse en armonía y estado de gracia, que se haga dentro de la justicia y el Estado de Derecho. Y que se atienda el derecho de las víctimas y que estás no sean la moneda de cambio de la impunidad.

De esta forma se origina penosamente la sensación en el ciudadano común, de a pie, el de la calle, que la democracia cada día vale menos. Esto trae consecuencias, que muchas veces, originan que ese ciudadano, se desentienda, aleje y descrea de la democracia y este descontento genera aún mayor descenso de velocidad democrática.

La democracia así languidece, porque para existir, potenciarse y renovarse necesita de actores democráticos, de comportamientos democráticos y también de mayores niveles de exigencia democrática de sus ciudadanos. Porque la democracia es siempre como la hacemos. Es grave lo que ocurre con la democracia occidental.

Es grave cuando se escucha decir que votar ya no sirve para nada. Que no se hace lo que pide la mayoría y esto se termina expresando en abstenciones, otras veces en votos en blanco, y aún en votos castigos o votos útiles contra una formación política. Nos daña y nos lacera el «todos son iguales», «el total todos roban», el «total nadie hace nada», o el «total todo seguirá igual».

Es como el «algo huele a podrido en Dinamarca» de Shakespeare, que se convierte en el principal eslogan de la apatía, el descontento, la desolación y la indiferencia. Llamo a seguir la lucha. El valor de la democracia sigue siendo la piedra sobre la que deberemos construir una nueva convivencia, de la que estamos muy necesitados, en todo el mundo.

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